Barro

 



"Ya nadie me ignorará. Nadie me encerrará. Todos lo verán. Verán lo especial que soy. Y se arrepentirán."

Clayface


Basil Karlo ha estado muy activo últimamente, realizando atracos y secuestrando al comisionado Gordon, para luego hacerse pasar por él e inculparlo. El Murciélago y la policía deberán vérselas contra alguien que conoce y cuyo camuflaje le permite atacar y escapar a voluntad, pero cuyo narcisismo y necesidad de atención lo doblegan a querer mantenerse en el centro del escenario, lo cual puede ser su perdición.


Gregg Hurwitz continúa su gran labor dedicando arcos completos de protagonismo a villanos de segunda final demostrando que tienen las capacidades, habilidades y cualidades suficientes para ser más que matones de paso. Cuando uno lee que Batman se encuentra preocupado en mantener nervioso a Clayface para que no tenga tiempo de mantener una forma física consistente y que plantea la necesidad de una prisión hermética y sellada sin una rajadura por la cual pudiera escapar por su capacidad de volverse fluido, uno debe reconocer que el autor ha hecho bien sus deberes. Y en este caso sabe mantener en este monstruo su característica melancolía.


La historia se divide en dos partes, los primeros golpes en la trama y su encierro en Arkham, donde uno de los internos lo reconoce de su pasado actoral y se confiesa admirador de su trabajo, pidiéndole representaciones. Es un grato momento para el lector ver al villano rememorar anécdotas y desglosar su repertorio, pero luego cuando este amigo fallece decide nuevamente huir.


En el interludio, hay tiempo de conocer el nuevo origen de este criminal que simplemente quería ser actor y que no destacaba en nada físicamente, generando la impresión que le faltaba algo para poder ser considerado en los castings. Una mala decisión lo llevó a aceptar del Pingüino una sustancia enigmática hallada en cuevas aborígenes que le permitía readaptar su apariencia por lo que quisiera, sin saber qué ese mismo compuesto alteraría su ADN permanentemente. Del mismo modo, el propio Cobblepot se cobraría sus favores con él encargándole golpes, iniciando así su raid delictivo.


El arte de Alex Maleev es deliberadamente feo, casi sucio, lo cual encaja completamente con la historia, y también el entitado de Dave McCaig con tonos ocres, sepia y marrón ayudan a darle el color justo que la obra requiere.


Nota personal: 10




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